En este cuarto aniversario del comienzo de la guerra de Irak, dedicamos en el rincón del bardo un espacio para la poesía iraquí en la persona de Adnan Al-Sayegh, uno de sus principales representantes. Fue combatiente en la primera guerra del golfo, y posteriormente fue condenado a muerte por el régimen de Saddam en 1993. Es autor de la obra Himno de Uruk. Actualmente vive en Londres.
Agujero
Un tiro pasajero
atravesó su dormir
y se desangró,
viciosa
– sobre la almohada –
la sangre de sus sueños derrotados.
Estupidez
En cada caída de un dictador
del trono de la historia,
que está esculpido con nuestras lágrimas,
se me inflaman las manos de tanto aplaudir
pero nada mas de volver a casa
y enciendo la televisión,
que se escupe otro dictador
de las bocas de la gente
que aplauden y silban…
Me rio
de mi estupidez
se me llenan los ojos de lágrimas.
Fin
Abro la nevera de mi tristeza
saco la botella
y la bebo totalmente.
brindo por mis amigos,
exiliados, a través de los túneles,
sin patria,
sin tabaco, ni pasaportes.
Brindo copa tras copa,
o cadáver tras otro.
Y cuando caigo de la ebriedad
en la acera,
me llevarán _ en sus tumbas _
hasta la casa.
Traducciones: Abdulhadi Sadoun
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Los soldados americanos empiezan a suicidarse en Irak
El número de suicidios en el Ejército de Estados Unidos aumentó el pasado año hasta su nivel más alto desde la Guerra del Golfo, con casi un tercio en zonas de guerra, según datos difundidos por los militares. En 2006, el Ejército registró 99 suicidios —30 en zona de guerra— frente a los 87 de 2005.
Las mismas fuentes también agregaron que hay dos muertes que se sospecha que fueron suicidios pero que aún no han sido confirmadas. Las relaciones fracasadas, cuestiones legales y financieras y «temas de trabajo» fueron las principales causas de los suicidios.
¿Nadie recuerda ya Vietnam?
Carlos Menéndez
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NIÑO DE IRAQ
Niño de Iraq:
tú que has contado las partículas de arena
de todo el desierto,
dime:
¿cuánta sangre alimentó el caudal del Tigris
a la hora de los misiles yanquis en tu rostro angelical?,
¿cuántas manos de loza cuelgan de los cuerdas del día
como evidencia de la torpeza de Bush?
Niño de Iraq:
en tus ojos el Tigris se ha coagulado
con bombardeos de cazas de la muerte;
han perdido los pájaros su norte;
la tristeza es un pez congelado
y las palmeras gimen en la lobreguez de Al Fardos.
Niño de Iraq:
qué piensas de los royal marines que navegan en estiércol,
de los que desinforman con sus trompas satánicas,
de los entontecidos por la codicia de petróleo,
de los enloquecidos por acrecentar su imperio,
de los terroristas de la casa blanca con humo corrupto,
de los fabricantes de veneno en Washington,
de los empresarios de la guerra electrónica.
Niño de Iraq:
¿cuál es tu estrategia para hacer de tu tierra
un extenso pan sin serpientes ni cuervos?
¿Cuál es tu táctica para que el Eufrates
reivindique su sueño de lagarto,
y el Diyala amanezca vestido de terciopelo?
Niño de Iraq:
Ahmed, Rehab, Abdel…
Todos los niños del mundo
(incluso los hijos de soldados que taladran tu corazón)
están contigo.
Por tu cráneo esparcido en Basora,
por tus pupilas calcinadas en Nayat,
por tus pulmones explotados en Nasiriya,
por tu voz rebanada en Samawah,
por tus tímpanos estallados en Karbala,
por tus brazos mutilados en Kirkuk,
por tu sombra asediada en Mosul:
¡álzate!
No hay tregua.
Echa a volar tu bata por los cuatro costados de la tierra,
con el hilo centellante de tu mirada
y la manzana líquida de tu sonrisa.
Niño de Iraq:
toma mi solidaria mano
y mi sangre
y mis huesos
y la pulcra espada de mi palabra
para expulsar de raíz al intruso.
César Cando Mendoza,
Quito, mayo de 2003