Tal día como ayer, un 12 de abril de 1931, los electores de las ciudades españolas se decantaban de forma clara por las candidaturas republicanas, dando la espalda a siglos de oscurantismo, lo que debería haber permitido dar un giro copernicano hacia la modernidad social y cultural.
Cuando se cumplen 76 años de la proclamación de la II República, es un buen momento para hacer un ejercicio de reconocimiento y puesta en valor de los principios que inspiraron el primer régimen democrático en la historia del Estado español. Con la República por primera vez el sufragio universal alcanza su auténtico significado al conseguirse el derecho al voto femenino. Desde sus primeros artículos, el texto Constitucional promulgado el 9 de diciembre de 1931 incluye principios como la igualdad o la laicidad del Estado, el derecho a la educación pública y gratuita, el ejercicio de la libertad de expresión sin censura previa, la inviolabilidad del domicilio, etc., todos ellos elementos esenciales para configurar un auténtico estado de derecho. También por vez primera nos encontramos con que ya no existe exclusivamente un poder central uniformizador, sino que se habla de creación de regímenes autonómicos y de reconocimiento de la autonomía municipal.
Un punto fundamental de cierre del sistema institucional de la República, es la instauración de un Tribunal de Garantías Constitucionales, verdadero precedente de nuestro Tribunal Constitucional. Como vemos, perfectamente la Constitución Republicana le sirve de influencia en lo sustancial a la Constitución actual, con la salvedad de la dicotomía Monarquía-República como forma política del Estado.
Creo pues que nosotros podemos y debemos recordar a la Segunda República como la época en que por primera vez se reconocieron en este Estado la mayor parte de los derechos sociales y políticos que definen a un régimen político democrático. Este recuerdo debería ser un patrimonio inmaterial asumible por ciudadanos de todas las ideologías. La alternativa que surgió a este régimen de libertades y derechos, de los que por primera vez disfrutaban los ciudadanos españoles, fue un golpe de Estado que produjo aparte de terror y violencia un régimen donde los principios eran la discriminación por razón de sexo, la persecución política o la desigualdad entre otras arbitrariedades.
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