Uno de los artículos más interesantes en la prensa aragonesa de hoy es éste de José Manuel Nicolau, en el Diario del AltoAragón.
SE vienen produciendo desde este verano declaraciones de tono subido y hasta irrespetuosas -algunas disculpadas después- por parte de políticos partidarios del recrecimiento de Yesa, como reacción a las medidas adoptadas por el Ministerio de Medio Ambiente. Las medidas ministeriales han sido: a) no tomar todavía la decisión sobre la exigencia o no de realizar la Evaluación de Impacto Ambiental para el modificado 3 del proyecto, b) encargar un estudio geológico sobre la ladera izquierda, deslizada en agosto de 2006 y todavía en movimiento y c) estudiar las alternativas técnicas para impermeabilizar el flanco derecho de la presa, cuyo coste preliminar se ha estimado en un 20% del presupuesto de la obra, por lo que para su aprobación se requiere del informe favorable del Consejo de Estado. Se trata de cuestiones que afectan, respectivamente, a la adecuación ambiental del proyecto, a la seguridad de la obra y a su mera funcionalidad técnica para retener el agua represada.
La primera reflexión que uno se hace, desde el sentido común, es: Y después de 22 años de tramitación del proyecto ¿todavía no se sabía que la presa diseñada no iba a ser capaz de retener el agua del río allí donde se pretende ubicar? ¿Ni tampoco cómo se iban a comportar las laderas al empezar las obras (y el llenado)? ¿Entonces, en qué se ha ido el tiempo? ¿Y con un sobrecoste -por el momento- del 20%, no sería pertinente revisar la rentabilidad del proyecto?
Las autoridades no han explicado nada respecto de estas preguntas. Se mantienen en el viejo “mantra”: “Yesa es la única alternativa para que Bardenas tenga futuro”.
Y entonces uno recuerda otras propuestas que gozaron de un amplio apoyo de partidos políticos y poderes mediáticos aragoneses, pero que posteriormente fueron juzgadas inconvenientes o inviables, como la presa de Campo -inundando 3 pueblos-, la de Comunet -técnicamente inviable-, la de Jánovas -ambientalmente inconveniente-, la de Santaliestra -sin las suficientes garantías de seguridad-, la propuesta inicial de regadíos en Monegros Sur -recortada por la U.E. para proteger las ZEPAs-, el Canal de la margen derecha -gran ensoñación- y así unas cuántas más. En todos los casos el “mantra” era el mismo que ahora con Yesa.
Desde hace unos años siempre me acompaña la misma pregunta. ¿Por qué personas inteligentes se mantienen en esos rígidos planteamientos, en los tiempos de la Directiva Europea del Agua, que prioriza el Buen Estado Ecológico de los Ríos sobre otros usos? ¿Por qué esa tozudez simplista de “esto o nada”, cuando todos sabemos que la vida no es así?
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