
Un día internacional absolutamente vigente y que nos afecta directamente en Aragón. Una buena oportunidad para reafirmar la oposición a obras como Yesa, Biscarrués, Mularroya o Lechago.
Grandes presas, grandes problemas por José Santamarta Flórez
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Miles de valles y de hábitats han sido destruidos por los grandes embalses, desplazando a millones de personas.
La construcción de grandes embalses sumerge tierras cultivables y desplaza a los habitantes de las zonas anegadas, altera el territorio, reduce la diversidad biológica, dificulta la emigración de los peces, la navegación fluvial y el transporte de elementos nutritivos aguas abajo, disminuye el caudal de los ríos, modifica el nivel de las capas freáticas, la composición del agua embalsada y el microclima.
Cuanto mayor es el embalse, más grande es el desastre, aunque a veces se tarda algún tiempo en reconocerlo, como Akosombo en Ghana, Assuan en Egipto o Balbina en Brasil.
El aprovechamiento de la energía de los ríos tiene al menos dos mil años de historia. Las ruedas hidráulicas y los molinos de agua proporcionaron durante siglos energía mecánica para la molienda del trigo y la malta, el lavado de la lana y el movimiento de los fuelles de los altos hornos.
Desde finales del siglo XIX, la energía hidráulica se ha venido empleando para la producción de electricidad. Entre 1950 y 1986 se construyeron 31.059 presas de más de 15 metros de altura, la mayoría en China (18.587). Los 36.327 grandes embalses almacenan 5.500 kilómetros cúbicos de agua. En 1989 estaban en construcción 45 presas de más de 150 metros de alto, de ellas 20 en Latinoamérica y 15 en Asia. La producción hidroeléctrica hoy supera anualmente los 2.000 Twh, cifra que representa el 20 por ciento de la producción mundial de electricidad. La construcción de grandes embalses ha desplazado en la India a más de 16 millones de personas, en China a tres millones y Sri Lanka a un millón. La resistencia de la población ha paralizado numerosos proyectos, pero la mayoría han sido realizados, utilizando todo tipo de medios. El embalse de Sardar Sarovar, en el río Narmada, en la India, es último episodio de la resistencia de una población dispuesta incluso a morir por su tierra, como los habitantes de Manibeli y Vagdam, dos de las aldeas que serán inundadas.
El potencial eléctrico de origen hidráulico aún sin aprovechar es enorme, ya que apenas se utiliza el 17% a escala mundial, cifra que se reduce al 8% en el Tercer Mundo. España en teoría podría duplicar su producción, con un coste social y ambiental enorme.
Los grandes proyectos, como Three Gorges (Tres Gargantas) en China, James Bay en Canadá, Bui en Ghana, Tehri y Narmada en India, o el Plan 2010 en Brasil, de llevarse a término tendrían grandes impactos sociales, ecológicos y económicos. Los casos de Akosombo en Ghana, Assuan en Egipto o Balbina en Brasil, son claros ejemplos de desastres ecológicos.
El impacto de la demanda de electricidad y de agua para regadíos, industrias y ciudades sobre el medio ambiente, en gran parte puede ser evitado con una política de decidido aumento de la eficiencia energética y del uso del agua, de supresión de las subvenciones o las tarifas artificialmente bajas.
Un negocio ruinoso
Los países del Tercer Mundo sólo han utilizado el 8 por ciento de su potencial hidráulico, si bien tal cifra va a crecer rápidamente, provocando enormes daños ambientales. Los embalses se construyen casi siempre para generar electricidad, aunque también para regular el curso de los ríos, evitando inundaciones, o para regadíos y abastecimiento urbano.
Los grandes embalses no siempre son un buen negocio, más bien al contrario. En 1966 fue inaugurada la hidroeléctrica de Akosombo, en el río Volta, en Ghana, financiada por el Banco Mundial, y que para el por entonces presidente Kwame Nkrumah iba a ser la auténtica panacea para uno de los primeros países africanos en declararse independientes. Según Nkrumah el embalse iba a permitir irrigar grandes superficies y sobre todo serviría para industrializar el país, proporcionando la electricidad necesaria para explotar las reservas de bauxita y crear una amplia industria transformadora.
Akosombo inundó 8.482 kilómetros cuadrados de bosque tropical, casi el 5 por ciento del país, desplazó de sus tierras a
80.000 personas, difundió enfermedades como la esquistosomiasis y la electricidad generada en los 882 megavatios instalados (1.000 hectáreas por megavatio) fue destinada a la multinacional norteamericana Kaiser para la producción de aluminio, que ni siquiera explotó la bauxita, importándola de Jamaica. Kaiser tiene un contrato por 30 años para comprar la electricidad de Akosombo a bajo precio; hoy sólo paga el 5% de la media de la tarifa mundial.
Ghana tiene en proyecto una nueva hidroeléctrica, la de Bui, igualmente para proporcionar electricidad a bajo precio a las factorías de aluminio, la típica industria intensiva en energía y contaminante, que apenas crea empleo y valor añadido. Casos parecidos a los de Akosombo son Guri en Venezuela, Tucuruí en Brasil, Krasnoyarsk, Sayano-Shushensk, Ust-Ilim y Bratsk en Siberia o James Bay en Canadá. La producción mundial de aluminio, que en 1959 era de 4 millones de toneladas, en 1991 fue de 18,7 millones; los mayores productores son EE.UU (4,1 millones de toneladas), la ex-URSS (2,3), Canadá (1,8), Australia (1,2) y Brasil (1,1).
Cabora Bassa en Mozambique, Manantali en Mali y Kariba y Kafue en Zambia, son ejemplos de esperanzas frustradas, con grandes costes económicos, sociales y ambientales.
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