Meto astí un articlo de o mio amigo Bastián Lasierra.
“Costumbres de nuestro Aragón”
Cabo d´año
“Cabo d´año”, “Nadal”, “Nabidá”, “Güena nuei”, “Noche buena”, “Navidad”…
De tantas formas se ha llamado y se sigue llamando la fiesta más familiar que nos queda, que preciso de un breve prólogo para poder contarla con la mayor precisión posible:
Para el hombre primitivo, era algo extraño e inexplicable, además de terrible, observar el momento crucial y agónico en el que el sol menguaba día a día y ver como la noche se iba apoderando progresivamente del día y la luz, conforme se acercaba el solsticio de invierno la noche del 24 de diciembre.
Esto traía ritos y sacrificios al sol, para que no se escondiera y desapareciese, y el sol agradecido, comenzaba a alargar los días y acortar las noches desde ese momento.
La iglesia al comprobar que estos ritos no era capaz de suprimirlos del pueblo, trasladó y superpuso el nacimiento de Jesús a este día.
Así como los festivales públicos del fuego de San Juan, eran comunales y participaba toda la comunidad del mismo conjuntamente, los que se hacían en el solsticio de invierno, eran de carácter privado y solo familiar, en los que únicamente participaban los miembros que convivían juntos en la misma casa.
Al leño navideño, nuestra tronca de navidad o toza, o “tizón de nadal”… se le atribuía más familiaridad con la superstición y magia que con la religión, aunque siempre se intentó trasformarlo en un rito religioso.
Por ejemplo a este leño le atribuían dones de fertilidad. Se pensaba que se tendrían tantos corderos, terneros, o cerdos, como brasas saltasen del tronco.
También eran fertilidad para los campos, pues sus cenizas servían en otros ceremoniales para el crecimiento de las mieses.
Igualmente tenía poderes este fuego para proteger de las tormentas.
Esta noche también los fuegos se encendían con propósitos expulsatorios, pues esa noche, la más larga del año, los espíritus sombríos de los muertos circulaban con total libertad.
El empeño cristiano para imponer sus nuevas creencias, aculturó severamente la primitiva mentalidad mágica, reinterpretando las viejas creencias que regían la espiritualidad de nuestras gentes hasta entonces.
Así, la fe popular cristiana fue transformando el carácter de estos ritos, como si solo fuera una leyenda.
Se llegó a entender que los fuegos que se encendían esa noche navideña, se debían a que en un tiempo muy impreciso, en muchas casas se había ofrecido hospitalidad a la Sagrada Familia y además con el calor ayudaban a la virgen María a secar los pañales del niño.
Acercándose la navidad, bueno será recordar algo de las navidades de nuestra tierra, que tuvieron connotaciones especiales, que hoy una mayoría ha olvidado, pero que en muchos, siguen grabadas en el corazón (estoy seguro), sobretodo en nuestros mayores.
Para ellos eran las principales fiestas del año, y las preparaban con auténtica ilusión y fe.
Y en este punto, comienzo con mis recuerdos personales en mi pirineo, en mi lugar…
El día 24 se limpiaba toda la casa de arriba abajo como si se esperaren huéspedes y se encendía un buen fuego en el hogar. Si al pasar la Virgen y San José encontraban un albergue limpio y acogedor, ya no tendrían los problemas que tuvieron en Belén.
Uno de los ritos característicos en nuestra tierra, era la “Tronca de navidad”. No faltaba en ninguna casa. Era un leño grande, pues tenía que arder hasta el día de Los Magos. En algunos sitios, como en mi lugar, hasta el día dos de febrero, la fiesta de La Candelaria. Se encendía después de cenar. Una vez encendida, el abuelo la bendecía con toda solemnidad. Llenaba un vasico de anís y lo iba derramando en la toza, trazando cruces, mientras recitaba:
“Buen tizón, buen barón,
buena casa, buena brasa,
Dios conserve el pan y el vino
y a los dueños de esta casa”
Luego todos los de la familia echábamos con el porrón un chorrico de vino sobre el tronco. Los zagales a continuación, la golpeábamos con el badil mientras le exigíamos: “Tizón, caga turrón”. Metíamos las manos por los recovecos de la tronca buscando caramelos, barricas de guirlache, peladillas, castañas, o algunas monedas que habían escondido los mayores.
La recuerdo, y la uno a los recuerdos del abuelo. Como os cuento en mi lugar ardería hasta la Candelaria, y el abuelo era el cuidador de que así fuera. Yo la recuerdo siempre con una brasa en punta y ardiendo, sin dejar escapar ninguna llama. Siempre me pareció apagada, pues no veía las llamas a su alrededor. Así se conseguía que durara tanto, además de ser grandiosa, o al menos, así la recuerdo.
La de veces que me acercaba al fuego, para poner al lado de la tronca alguna ramica y provocar la llama, pero el abuelo, siempre sentado en la cadiera, te amenazaba con las tenazas y te convencía de que no las acercaras.
Por supuesto, se hacían belenes en las casas. Lo del árbol de Navidad es mucho más moderno y copia de los países europeos del norte. Aquí, se hacían belenes con todo el cariño e imaginación posible. Nos contaban que cuando nació Dios, nació en un pesebre, y había una mula y una vaca. La vaca lo laminaba y la mula echaba coces. Por eso la mula no pare y la carne de vaca se come y la de la mula no.
La noche del 24 de diciembre era muy especial, una noche en que todos los malos espíritus campaban a sus anchas y aprovechando la larga noche estaban en plena libertad para cometes sus maldades.
Durante la misa del gallo, en que todos los habitantes del lugar se encontraban en la iglesia, era el momento más apropiado para cometer sus maldades.
Lo más normal era la muerte de la mejor caballería de la cuadra o el ganado, que a la salida de la misa, se encontraban los moradores de la casa. Casos hay muchos para contar, y cada caso que aparecía sembraba el miedo por toda la redolada.
De ahí que en muchas casas que temían alguna venganza de las brujas, esa noche multiplicaban sus conjuros, hasta llegar a montar guardia uno de los habitantes en la casa, mientras los demás cumplían con el rito del gallo.
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